Vivimos en una era en que lo digital es la norma que unifica todo el espectro informativo. La mayoría de nuestras lecturas están dentro del contenido en pantalla y sin embargo los diarios impresos en papel aún pelean por mantenerse competitivos dentro del nuevo ecosistema de medios. Esto se debe, por un lado, al placer de lectura en papel que aún amplios nichos de audiencias sienten al enfrentarse a una edición impresa. Aún hay mercados con grandes tiradas (en Asia por ejemplo) donde aún hay un hábito de consumo de información en papel y además, en factores cognitivos. En los artículos El diario en papel, con el futuro en juego y El desfasaje de los medios y los jóvenes, hemos abordado algunos de estos puntos en este blog.
Los lectores que siguen accediendo a las noticias en papel lo hacen en mayor parte motivados por una experiencia sensorial de lectura que excede el contenido de la información, además de situaciones sociales que estimulan este tipo de consumo de noticias. Un fin de semana con un desayuno familiar, puede ser un ejemplo. Pero lo más importante es que quienes lo hacen, combinan sus lecturas y su forma de informarse entre el digital y el impreso. No es uno o el otro, sino los dos. Así es como entendemos la forma de informarse en la modernidad.
Estos hallazgos responden a una investigación realizada por el Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina, (MESO). Todos los entrevistados resultan ser personas con distintos niveles de estudio, distintas edades y niveles de educación además de diferentes empleos.
El estudio marca algunos ejes. Acceso, encuentro y contacto. Por lo cual se entiende que hay diferentes formas en las que el diario impreso ingresa al hogar de los ciudadanos. Hay quienes prefieren buscarlo en el kiosco de la esquina, por familiaridad, por conocimiento de cercanía o simplemente por hábito. Distintos son quienes lo reciben en la puerta de sus casas, porque generan diferentes modelos de suscripción que también competen al tema en cuestión. Éstos reciben, además del diario impreso todos los fines de semana, descuentos y regalos que refuerzan el vínculo con el impreso, pero en este caso, no necesariamente la lectura.
Estas diferentes formas de acceso al impreso están relacionadas a prácticas temporales y también espaciales. Una lectura de diario en papel, históricamente, se relaciona con los domingos, como forma de relajación y como forma de unión familiar. Un lector explicaba así su decisión para el diario Perfil: «Cuando me despierto el domingo, ya lo tengo, cuando lo pido, en la puerta. Entonces, bueno, mientras tomo mates, ya no pongo el televisor, entonces leo el diario”. Hay una clara relación entre la lectura entre el diario impreso y los rituales, tanto familiares como personales. El periódico pasa a ser un objeto que alimenta esos rituales y que a su vez, resignifica la lectura como tal.
Si bien es verdad que el contenido de noticias, tanto en papel como en digital suele tener características muy parecidas, no necesariamente la lectura tiende a ser igual en estos soportes. El contenido impreso tiene una ventaja, entre la nostalgia y la tranquilidad que da una lectura en papel, a contramano de lo digital, acostumbrado al vértigo común por el que avanzan las noticias en nuestro mundo actual y las interrupciones que ocurren dentro del entorno digital (mensajes de Whats App, correos electrónicos, newsletters, y avisos invasivos entre otros).
La lectura en papel mantiene un significado inequívoco e intrínseco dentro de los rituales que competen a los lectores. Está claro que las nuevas generaciones jóvenes rechazan el formato, acostumbrados a ser nativos digitales y acostumbrados a plataformas con pantallas. Las características físicas se rechazan en general por cuestiones de costumbre. “La edición en papel me aburre, online es más dinámico, rápido, y obviamente te estructura [la lectura] más”, indica otro lector en el artículo publicado en el diario Perfil. La normalidad indica que uno lee en el formato en el que está acostumbrado. Sin embargo, el diario impreso sigue teniendo cierta vigencia hoy, después de su invención en 1702. Se hace cada vez más difícil reemplazar la forma de leer que tiene como hábito un nativo digital y también hacer que una persona mayor se acostumbre puramente a lo digital. Las dos formas coexisten y la duda es hasta cuándo lo harán.