En el entorno digital surgió un rockstar: el metaverso. Este es el espacio por excelencia en el que los usuarios son convertidos en avatares digitales en tiempo real. Se expandió notablemente su presencia con un amplio desconocimiento por una parte de las audiencias y por la mayoría de las empresas. La vida común y corriente de los ciudadanos de a pie se replica en este nuevo universo digital en una experiencia inmersiva. En el entorno digital las cosas cambian mientras nos vamos dando cuenta de que cambian. Este mundo virtual no es nuevo si tomamos de referencia a la literatura distópica, el cine o la plataforma argentina Decentreland, pionera en el mundo virtual y que es ni más ni menos que la metafísica del metaverso.
Hay varios aspectos para pensar en esta experiencia virtual. La propiedad intelectual y artística son solo un ejemplo, aunque muy claro. Más aún en un ecosistema en que los NTF (tokens no fungibles) le permiten al usuario crear su propia obra, su propio universo y al mismo tiempo crear una comunidad, en principio infinita alrededor de ello. Tal es la recreación de la vida cotidiana que muchas marcas, con sus tokens, comienzan a ser parte de la plataforma virtual. Nike, Zara o H&M han presentado colecciones de moda virtuales dentro del metaverso. El lanzamiento en Argentina de una colección de NTF, con una mezcla de melancolía y recuerdo de los personajes políticamente incorrectos (La lama que llama) de una publicidad que marcó una era en la década de los 90′, indica que las oportunidades de negocios basadas en una comunidad están ahí para ser aprovechada con creatividad y audacia.
La realidad virtual parece emparejarse a la realidad física y abre una nueva oportunidad de consumo a futuro. El estudio realizado por la empresa Gatner, especula con que pasaremos al menos una hora inmersos en el metaverso cuando lleguemos al 2026. Si esta predicción se cumple, nuestra vida estará al menos una hora al día en el mundo virtual. Las consideraciones éticas ante esta nueva virtualidad de la realidad están comenzando a debatirse.
Si hay personas, hay historias. Solo así éstas pueden ser contadas. No importa si es en la vida real o en el mundo virtual. Allí el diario español «El Economista» abrió una corresponsalía en el metaverso que puede ser un no lugar pero que sin dudas, es o será un lugar en donde hay/habrá hechos, datos, historias, personas que interactúan mientras crean contenido. Todo eso merece ser contado ya que al fin y al cabo lo importante es ir al lugar de los hechos. No importa, como en este caso, que sea la virtualidad de lo que algunos denominan la nueva internet. Los medios de comunicación tradicionales no son (o no deberían ser) ajenos al universo digital que nos rodea. Tal vez la posibilidad de informar sobre lo que allí ocurre sea de otras características a las que conocemos hoy. Ya sea desde el lenguaje, desde los recursos narrativos e incluso desde las posibilidades de interacción entre los usuarios y los medios. El tiempo nos permitirá responder si podremos nombrarla como una experiencia informativa inmersiva, envolvente y que involucre a todos los sentidos. Los usuarios son el centro de la escena informativa. Pero por sobre todo, hay que preguntarse sí realmente existirá una audiencia en ese entorno sobre todo porque a nivel tecnológico, aún la experiencia no es ni del todo satisfactoria ni accesible a nivel costo y cualquier plan de negocios enfocado al metaverso se vuelve un tanto nebuloso.