El soporte no es lo más importante. Ni mucho menos su tamaño. Importa la información, la utilidad, la calidad y sobre todo, asumir que el diario en papel que uno elige, es su forma de ver el mundo a través de los valores políticos o intelectuales que uno tenga y que ese diario es el que mejor los interpreta. Palabras más palabras menos de Tyler Brulé, editor y propietario de la exitosa revista impresa, Monocle, y agregó de mi cosecha, que un diario impreso también nos ofrece la posibilidad de ponerlos en duda, de ampliar horizontes para evitar en lo posible aquello que el viejo amigo alemán y filósofo, Arthur Schopenhauer resumió en forma letal: «Todo el mundo toma a los límites de su propia visión como los límites del mundo».
Y hoy las audiencias encuentran todo esto en formato digital a toda hora y todo lugar. Ni bueno ni malo, simplemente es y acontece en una larga cadena de cambios tecnológicos que se inicio cuando el papiro reemplazó a la piedra hasta llegar a la rotativa que reemplazó a la linotipia y así hasta llegar a esta era digital en la que estamos. En estos días de velocidades vertiginosas y de consensos no escritos sobre la supremacía indiscutible de la eficiencia digital en el desarrollo noticioso, el diario en papel es casi una rareza para muchas generaciones menores de 30 años. Y para generaciones de más atrás, ya no es una rareza, es lo que le sigue. El diario español El País ya había anunciado el fin de su edición impresa para dentro de unos años. Estos tiempos en que el acceso a la información creció en forma exponencial – sin un acompañamiento tan preciso a nivel calidad – van dejando una estela que muchos seguirán más temprano que tarde. Al final de cuentas los lectores no nacen, se hacen.
El diario La Nación da un paso en esta adaptación cambiando su formato a compacto/tabloide (el diario La Voz del Interior también lo había hecho en mayo de este año) siguiendo una tendencia que ya se había iniciado en Reino Unido a principios de este siglo y que luego siguió por el resto del mundo. También el diario argentino avanza hacia los medios audiovisuales ampliando su marca con LN+, una señal audiovisual para estar más próximos a aquellas generaciones que no conectan con el diario impreso y también para extender la experiencia informativa al resto de las audiencias que están inmersas en un mundo audiovisual: el de la supremacía del vídeo/ver y del vídeo/comprender, en palabras de Giovanni Sartori.