Es una realidad que las compañías de medios han (por ahora) ampliado su volumen de venta en suscripciones en formatos y ediciones digitales, en principio por una mayor cobertura de características plausibles a un público que se orienta a lo digital como su materia prima informativa o de consumo. Ahora bien, cabría preguntarnos, ¿En qué formatos prefieren leer los consumidores?
El primer libro electrónico, «Random House’s Electronic Dictionary« salió a la venta en 1981, por lo que cuarenta años de historia debieran darnos un pantallazo de por qué aún en muchos países se continúa utilizando el soporte impreso como preferencia por sobre el digital. Los lectores se guían por la fidelidad pero también reproducen patrones comunes culturales que los empujan a decidir sobre un soporte, entonces, ¿podríamos decretar la muerte de lo impreso?
Hoy los lectores e-readers tienen un promedio de 65 años, según ha explicado Mario García en su artículo en inglés, Those ePapers still attract older readers, study reports. Al parecer, los usuarios le dedican más tiempo a lecturas en línea haciendo un uso completo de las plataformas digitales desde la comodidad del hogar.
¿Se ha reconfigurado la franja etaria que responde a las lecturas? Mientras tanto, los más jóvenes han migrado sus consumos a nuevas formas de contactarse con éstas historias. Como se explica también en el artículo de Mario García, los podcasts pueden ser la llave para volver a traer a los lectores a la «tinta» electrónica. El 40% de quienes escuchan este formato tienen menos de 35 años, por lo que el Dr. García explica que agregar esta faceta a los ebooks puede hacer que este segmento se sienta atraído por el producto.
La masificación y proliferación del aparato digital de lectura no ha hecho más que revivir al impreso en su pura concepción de lo «antiguo» como reapropiación de un hábito forjado en el siglo XX. Si aún hoy el libro impreso en varios países tiene más preponderancia que el digital es por su valor constitutivo en objeto, tanto para el soporte pero también para la industria, que no puede o no pudo terminar de separarse del binomio libro-papel.
En principio es el soporte el que termina por contemplar la fidelidad real de los usuarios. Si pensamos en el formato digital, vemos cómo según un informe de VisioLink la mayoría de sus lectores se conectan desde una tablet. Este tipo de fenómenos también son reproductores de conductas culturales. El dispositivo representa tanto la comodidad de la lectura como su capacidad de almacenamiento real que permite moverse libremente con el contenido bajo el brazo, (si, el libro físico también puede ser transportado a cualquier lugar, pero a mayor cantidad de libros, mayor peso). Usos y costumbres entrelazados con la necesidad de una cotidianidad hecha soporte.
«El viejo debate sobre una eventual desaparición del libro tradicional quedó superado: ambos soportes (físico y digital) conviven, y los e-books y audiolibros enriquecen la oferta digital.« Sin embargo esta coexistencia está condicionada también por las audiencias. En Argentina, con un lento pero incesante crecimiento de la lectura a través del soporte digital se ha puesto al formato en boca de todos, (a pesar de no poder acceder el producto e-book de manera directa en el país por restricciones cambiarias y económicas), aún así no ha logrado desplazar al impreso como el soporte preponderante en las lecturas sociales.
El objeto libro tal y como lo conocemos en su soporte tradicional parece tender a revalorizarse con la llegada del formato digital. Sin dudas por su preservación y por su historia pero también por la nostalgia que produjo la llegada de los soportes digitales, quienes sin embargo a su vez se reprodujeron en distintos dispositivos móviles que han hecho que las lecturas en general se diversifiquen, amplíen y conecten con cada vez más y más personas. Los escenarios de transformaciones son habituales en nuestro mundo condicionado a la modernidad galopante del progreso y, en este contexto, las lecturas no están exentas de estos cambios.